
Entre hilos y temblores: mi batalla por la independencia frente al Parkinson
Clara Morales, una costurera de 67 años, pasó décadas midiendo, cortando y dando forma a telas con precisión milimétrica en su taller de Bogotá. Hoy, esas mismas manos que crearon vestidos de quinceañera y trajes de negocios, le traicionan con temblores incontrolables.
Desde su diagnóstico de Parkinson hace tres años, no solo perdió el control de sus movimientos, sino que siente que está perdiendo algo aún más preciado: su autonomía recién ganada. “Después de 40 años sometiéndome a mi esposo, por fin era libre cuando él murió. Ahora mis hijas, con todo su amor, están construyendo otra jaula“, confiesa con voz entrecortada en su primera sesión con un experto de SELIA.
Clara recuerda con dolor el día que su aguja dejó de obedecerla. “Estaba terminando el velo de una novia cuando mi mano derecha empezó a bailar sola“. Su hija Gloria, médica de profesión, insistió en exámenes especializados. El veredicto: enfermedad de Parkinson en etapa temprana. “Lo que más dolió no fue la enfermedad, sino ver el pánico en los ojos de mis hijas. En ese momento supe que me convertiría en su paciente, no en su mamá“, reflexiona.
Sus cuatro hijas, especialmente Gloria, implementaron un régimen estricto:
“Me tratan como si ya estuviera muerta“, dice Clara mientras muestra el último “regalo” de sus hijas: un bastón inteligente con GPS que emite alertas si cae. “¡Ni siquiera he tenido una caída!“, protesta.
El experto de SELIA explica: “El Parkinson afecta el movimiento, pero en etapas iniciales no compromete la cognición. La frustración de Clara viene de sentirse mentalmente ágil en un cuerpo que la traiciona“. Juntos trabajaron en diferenciar los riesgos reales de las precauciones excesivas.
El tratamiento se centró en:
Un momento clave fue cuando Clara mostró a sus hijas el álbum de fotos de vestidos que había creado. “Les dije: ‘Esta soy yo. Si me quitan esto, ¿quién quedará cuando el Parkinson avance?‘”.
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Sus estancias en Canadá (donde vive Gloria) versus Bogotá revelaron diferencias culturales:
“En Canadá me siento como un espécimen en observación. En Colombia, a veces mis vecinas ni notan mi enfermedad“, compara.
A seis meses de terapia, Clara ha logrado:
Pero los desafíos persisten:
Clara pide entender que:
“Mis hijas creen que están perdiendo a su mamá poco a poco. Yo les digo: no me pierdan ahora que aún estoy aquí“, concluye con lágrimas que no atribuye al Parkinson, sino al amor crudo y desesperado que la rodea.
En SELIA, recordamos que las enfermedades crónicas afectan toda la red familiar. Como aprendió Clara: “A veces, el mayor acto de amor no es cuidar, sino dejar ser. Y el mayor acto de valentía no es luchar contra la enfermedad, sino seguir viviendo con ella“.
*La historia ficticia retrata los cientos de casos de pacientes de SELIA, en la búsqueda de formar conciencia con compasión en la sociedad.










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