
Hikikomori
*Con información El Tiempo.
En un pequeño centro de recuperación en Hongcheon-gun, provincia de Gangwon, padres surcoreanos visten uniformes azules y permanecen encerrados durante tres días en celdas de aislamiento. No hay teléfonos, televisión ni distracciones. Solo el silencio y la introspección.
Este programa, financiado por el gobierno y organizaciones locales, no es un castigo, sino un intento desesperado por comprender a sus hijos: jóvenes que han decidido encerrarse en sus habitaciones, cortando todo contacto con el mundo exterior.
Este fenómeno, conocido como Hikikomori —término japonés que significa “apartarse, recluirse“—, ha dejado de ser exclusivo de Japón para convertirse en una crisis de salud mental en Corea del Sur. Según una encuesta del Ministerio de Salud y Bienestar surcoreano, más del 5% de los jóvenes entre 19 y 34 años (aproximadamente 540.000 personas) viven en aislamiento voluntario. Las razones son múltiples: presión laboral, fracaso académico, relaciones fracturadas y una sociedad que exige perfección.
Corea del Sur es una potencia económica con una de las tasas de suicidio más altas del mundo. La competitividad extrema, desde la escuela hasta el mercado laboral, deja poco espacio para el error. Quienes no logran cumplir con las expectativas sociales —un empleo estable, un título universitario, un estatus económico— suelen enfrentar estigma y vergüenza.
Los datos revelan las causas principales del aislamiento:
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El programa gubernamental que encierra a padres en celdas de aislamiento busca generar empatía. Según afirman algunos participantes, buscan experimentar la sensación de soledad y vacío, pero también la falsa seguridad que da el encierro.
Sin embargo, la medida ha generado debate. Algunos expertos argumentan que simular el aislamiento no aborda las causas estructurales del problema. No es suficiente encerrarse tres días. Se necesitan políticas que reduzcan la presión social y brinden apoyo real.
El gobierno surcoreano ha lanzado un polémico plan: pagar 450 euros a los Hikikomori que decidan reintegrarse a la sociedad. Otras organizaciones, como Prision Inside Me, ofrecen hasta 578 dólares a quienes acepten encerrarse voluntariamente durante una semana en celdas minimalistas.
Los críticos cuestionan si el dinero es un incentivo ético. El riesgo es que algunos vean esto como un premio al aislamiento, no como una ayuda, advierten otros expertos. No obstante, para algunas familias el subsidio es el empujón que necesitaban para buscar terapia.
Aunque el país ha avanzado en reconocer los problemas psicológicos, el estigma persiste. Buscar ayuda psiquiátrica sigue siendo tabú, y muchos prefieren el silencio antes que ser etiquetados como “débiles“. Las clínicas privadas son costosas, y el sistema público no da abasto.
El fenómeno Hikikomori en Corea del Sur es un síntoma de una sociedad que prioriza el éxito sobre el bienestar emocional. Los programas experimentales, aunque bienintencionados, son solo parches. La solución real requiere un cambio cultural: menos presión, más empatía y sistemas de apoyo accesibles.
La crisis de los Hikikomori no es solo surcoreana; es un espejo de las consecuencias de vivir en un mundo que valora más la productividad que la humanidad. Y mientras no enfrentemos esta realidad, el silencio de las habitaciones cerradas seguirá siendo el grito más fuerte de todos.
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