
Romper el silencio: cómo hablar de salud mental en familia
Hablar de salud mental en el hogar sigue siendo, para muchas personas, un terreno incómodo. Las emociones, las crisis, la ansiedad o la depresión son palabras que a veces se esquivan con eufemismos, con silencios o con frases como “eso es cosa de débiles” o “en esta casa no tenemos tiempo para andar tristes”. Pero esa forma de evitar el tema no solo perpetúa el estigma, sino que impide la creación de un entorno familiar seguro, comprensivo y capaz de apoyar a quienes atraviesan momentos difíciles.
En la actualidad, hablar de salud mental no es una moda ni una tendencia. Es una necesidad urgente. Las cifras globales muestran que millones de personas viven con algún tipo de trastorno mental, y muchos de ellos no reciben ayuda justamente porque no saben cómo pedirla o temen ser juzgados. Este miedo suele estar enraizado desde la infancia, cuando se nos enseña —directa o indirectamente— que lo emocional debe ocultarse, que los problemas personales deben resolverse en silencio, o que la fortaleza consiste en no mostrar vulnerabilidad.
Por eso, empezar a hablar de salud mental desde casa es un paso fundamental. No solo porque puede prevenir problemas mayores, sino porque crea una cultura familiar basada en la empatía, el respeto y la escucha activa. En una familia donde se puede hablar sin miedo de lo que duele, de lo que agobia o de lo que cuesta, es más fácil identificar señales de alarma y buscar ayuda a tiempo. También es más probable que cada integrante se sienta acompañado, validado y comprendido.
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Sin embargo, romper el estigma familiar no es sencillo. Muchos adultos aún cargan con ideas erróneas aprendidas en su infancia, y temen que hablar de salud mental pueda “debilitar” a sus hijos o “normalizar” el sufrimiento. Pero sucede todo lo contrario: hablarlo lo fortalece, y callarlo lo perpetúa. Cuando un padre o una madre reconoce que está pasando por un mal momento, que necesita apoyo o que va a terapia, está enseñando con el ejemplo. Está diciendo sin palabras: cuidar la mente también es una forma de cuidarse.
Para iniciar estas conversaciones, no se necesita un manual. Se necesita voluntad. Escuchar sin juzgar, preguntar con empatía y compartir desde la honestidad son los primeros pasos. A veces basta con preguntar: “¿Cómo te sentís hoy? ¿Hay algo que te preocupe?”. O con contar una experiencia propia, como: “Últimamente he estado un poco estresado y me ha costado dormir. ¿Te ha pasado algo así?”. Estas frases, que parecen simples, abren la puerta al diálogo y demuestran que los sentimientos tienen un lugar en casa.
Los niños y adolescentes, especialmente, necesitan saber que sus emociones importan. Que no son exageradas, que no están solos, que pueden contar lo que sienten sin miedo a ser reprendidos. Si desde pequeños aprenden que la tristeza, el enojo, la ansiedad o la confusión son estados normales que se pueden hablar, crecerán con una mayor capacidad para gestionarlos. Además, confiarán más en sus padres o cuidadores cuando enfrenten una situación difícil.
Uno de los errores más comunes al hablar de salud mental en familia es minimizar lo que el otro siente. Frases como “no es para tanto”, “eso ya se te va a pasar” o “hay gente que está peor” solo cierran puertas. Aunque dichas con la intención de consolar, invalidan. En cambio, validar las emociones —aunque no las comprendamos del todo— es una forma poderosa de conectar. Decir “entiendo que eso te duela” o “veo que estás pasando un momento difícil” puede cambiar la dinámica de una conversación.
También es importante aprender a diferenciar entre escuchar y aconsejar. Muchas veces, quien atraviesa una crisis emocional no busca soluciones inmediatas, sino un espacio para desahogarse. Escuchar con atención, sin interrumpir, sin querer arreglar todo en el momento, es una habilidad que se puede cultivar. Y cuando no se sabe qué decir, el silencio atento también es una forma de apoyo.
Otro aspecto clave es normalizar el acceso a profesionales de la salud mental. Ir a terapia no debería ser motivo de vergüenza ni de secretos. Al contrario: debería ser un acto natural, como ir al médico cuando algo duele en el cuerpo. Si en casa se habla con naturalidad de las visitas al psicólogo o al psiquiatra, se estará derribando uno de los muros más altos del estigma: el miedo al qué dirán.
Esto incluye también revisar el lenguaje que usamos. Palabras como “loco”, “débil”, “desequilibrado” o “manipulador” pueden ser profundamente dañinas, sobre todo cuando se usan para describir conductas que, en realidad, reflejan malestar emocional o enfermedades mentales. Hablar con respeto, evitar etiquetas y aprender sobre los términos correctos es una forma de construir una comunicación más sana.
Desde SELIA, creemos que las familias pueden ser aliadas fundamentales en el cuidado de la salud mental. No se trata de convertirse en terapeutas ni de tener todas las respuestas, sino de estar presentes, disponibles y atentos. Porque muchas veces, una conversación a tiempo, un abrazo sincero o una escucha sin juicio puede ser el primer paso para salir del aislamiento.
Romper el estigma empieza en casa. Empieza cuando alguien decide preguntar cómo está el otro, cuando se crea un espacio libre de burlas o reproches, cuando se habla de las emociones con la misma naturalidad con la que se habla de las comidas o los estudios. Empieza cuando los adultos se animan a mostrar sus propias vulnerabilidades y a reconocer que, como todos, también tienen días malos.
Crear una cultura familiar de cuidado emocional no es fácil, especialmente si venimos de historias donde los sentimientos eran tabú o se castigaban. Pero es posible. Y es necesario. Porque solo en un entorno donde las emociones pueden expresarse sin miedo, es posible sanar, crecer y acompañarse de verdad.










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